Los Escritos de San Francisco de Asís

Regla Primera 17 - Los Predicadores

Ningún hermano predique contra la forma e institución de la santa Iglesia y a no ser que se lo haya concedido su ministro. Y guárdese el ministro de concedérselo sin discernimiento a nadie. Pero todos los hermanos prediquen con las obras.

Y ningún ministro o predicador se apropie el ser ministro de los hermanos o el oficio de la predicación; de forma que en cuanto se lo impongan, abandone su oficio sin réplica alguna.

Por lo que, en la caridad que es Dios (cf. Jn 4,16), ruego a todos mis hermanos, predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, que procuren humillarse en todo no gloriarse ni gozarse en sí mismos, ni exaltarse interiormente de las palabras y obras buenas; más aún, de ningún bien que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por ellos, según lo que dice el Señor: Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos (Lc 10,20).

Y tengamos la firme convicción de que a nosotros no nos pertenecen sino los vicios y pecados. Y más debemos gozarnos cuando nos veamos asediados de diversas tentaciones (cf. Sant 1,2) y al tener que sufrir en este mundo toda clase de angustias o tribulaciones de alma o de cuerpo por la vida eterna.

Guardémonos, pues, todos los hermanos de toda soberbia y vanagloria; y defendámonos de la sabiduría de este mundo y de la prudencia de la carne (Rom 8,6), ya que el espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho por tener palabras, pero poco por tener obras, y busca no la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente a los hombres. Y éstos son aquellos de quienes dice el Señor: En verdad os digo, recibieron su recompensa (Mt 6,2). El espíritu del Señor, en cambio, quiere que la carne sea mortificada y despreciada, tenida por vil y abyecta. Y se afana por la humildad y la paciencia, y la pura, y simple, y verdadera paz del espíritu. Y siempre desea, más que nada, el temor divino y la divina sabiduría, y el divino amor del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Y restituyamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos son suyos, y démosle gracias por todos ellos, ya que todo bien de El procede. Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, posea, a Él se le tributen y Ël reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las acciones de gracias y la gloria, suyo es todo bien; sólo Ël es bueno (cf. Lc 8,19).

Y, si vemos u oímos decir o hacer mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos, hagamos bien y alabemos a Dios (cf. Rom 11,21), que es bendito por los siglos (Rom 1,25).

Regla Primera- 17 - S. Francisco  de Asís