En el texto, el Papa recuerda la historia de la fundadora de las Clarisas que, después de asistir, por consejo de San Francisco, a la misa del Domingo de Ramos, ataviada con sus mejores galas, y recibir del obispo una palma, huyó por la noche de su casa -sus padres querían casarla con un joven muy rico- y se encaminó a la Porciúncula, donde la esperaban el santo y sus compañeros. Allí, Clara, renunció al mundo y cuando Francisco le cortó el cabello se cubrió con un velo negro que, junto con unas toscas sandalias, fue el primer atuendo de las Clarisas.
La historia de Clara, escribe Benedicto XVI; “habla también a nuestra generación y ejerce un gran atractivo sobre todo entre los jóvenes”. El Santo Padre explica que Francisco había visto muy bien cuál era la razón para sugerir a Clara que huyera al principio de la Semana Santa. “Toda la vida cristiana y, por lo tanto, también la vida de consagración especial, son fruto del Misterio Pascual y participación en la muerte y resurrección de Cristo. En la liturgia del Domingo de Ramos, dolor y alegría se entrelazan, como un tema que se desarrollará en las jornadas sucesivas a través de la oscuridad de la Pasión, hasta la luz de Pascua. Clara, con su decisión, revive este misterio”.
“En su significado más profundo -prosigue el Papa- la 'conversión' de Clara es una conversión al amor. No se pondrá más las ropas refinadas de la nobleza de Asís; su elegancia será la de un alma dedicada a la alabanza de Dios y la entrega de sí. Día tras día, en el pequeño espacio del monasterio de San Damián, en la escuela de Jesús Eucaristía (….) desarrollará las características de una fraternidad regida por el amor de Dios y por la oración, la atención y servicio. En este contexto de fe profunda y de gran humanidad, Clara se hace intérprete del ideal franciscano, implorando el 'privilegio' de la pobreza, es decir, la renuncia a poseer bienes, aunque fuesen sólo comunitarios. Una elección que dejó perplejo durante mucho tiempo hasta al mismo supremo pontífice, que finalmente se rindió al heroísmo de su santidad”.
“¿Cómo no llamar la atención de los jóvenes de hoy sobre Clara y Francisco? El tiempo que nos separa de la historia de ambos santos no ha disminuido su fascinación. Al contrario, podemos constatar su actualidad si los comparamos con las ilusiones y desilusiones que jalonan la condición de los jóvenes de hoy. Nunca antes una época había hecho soñar tanto a los jóvenes merced a los miles de atractivos de una vida donde todo parece posible y lícito. Y, sin embargo ¡cuánta insatisfacción hay!; ¡cuántas veces la búsqueda de la felicidad, de la realización lleva, al final, a tomar caminos que conducen a paraísos artificiales, como las drogas y la sensualidad desenfrenada! También la situación actual en que es difícil encontrar un trabajo digno y formar una familia unida y feliz, hace que se nuble aún más el horizonte”.
“No obstante -concluye el pontífice- no faltan jóvenes que, también en nuestros días, recogen la invitación a confiarse a Cristo y a afrontar con valentía, responsabilidad y esperanza el camino de la vida, eligiendo dejar todo para entrar a su servicio y al de nuestros hermanos. La historia de Clara y la de Francisco es una invitación a reflexionar sobre el significado de la existencia y a buscar en Dios el secreto de la verdadera alegría. Es una prueba concreta de que quienes cumplen la voluntad del Señor y confían en Él no sólo no pierden nada, sino que encuentran el verdadero tesoro capaz de dar sentido a todo”.